Eternamente grande

Desde que bajamos a segunda, con aquello de “Un añito en el infierno” el Atlético de Madrid viene haciendo campañas publicitarias todos los veranos con la intención visible de animar la campaña de renovación de abonos y la intención oculta de tratar de elevar la moral de la tropa que está hasta los mismísimos y no voy a decir tacos que luego mi madre me regaña pues dice que hablo muy mal y que qué lastima de educación.

La campaña de este año, titulada “Eternamente grande” (sic) redunda en la imagen de los colchoneros como gente hecha de otra pasta que aguanta carros y carretas y que, a pesar de los pesares, pues siempre estará ahí, con mejor o peor cara, con mayor o menor resignación.

Fernando, colchonero de pro, manifiesta en un comentario en su blog que “el anuncio no me gusta nada. Siguen con la línea de perdedores y sufridores. Esto es contrario a la historia rojiblanca plagada de éxitos al ser el tercer conjunto de España. Esta mentalidad nueva viene marcada por la dirección del club. Yo me niego a aceptar a ser sufridor, perdedor. No. El At. de Madrid es un grande por ganar títulos, se debe luchar por eso, sufrir por perder una final, no sufrir por quedarse séptimos. Y menos anuncios, y más goles. Somos un equipo de fútbol, no una empresa de cine”.

Estoy relativamente de acuerdo con Fernando. Tal vez no sea necesaria una campaña publicitaria. Y yo tampoco me veo en la imagen de sufridor perdedor. Más sufren los del Sporting, los de la Deportiva Ponferradina o los del Hércules. Y somos un grande no sé si venido a menos o en una racha negativa larguísima. Tarde o temprano volveremos a estar donde siempre a pesar de los Gil y Cerezo, porque somos muchos y con una afición desmedida y, por tanto, un segmento de mercado interesante y para nada despreciable.


Pero a mí sí me gusta el anuncio. Me emocioné al verlo. Y llamé a toda la cuadrilla colchonera belmonteña y estaban igual que yo. Hemos amenazado infinitas veces con borrarnos pero no podemos. No podemos. Lo del fútbol es algo extraño. Uno se hace de un equipo de fútbol y hasta la muerte. Y la zozobra que uno pueda sentir dura hasta el martes (yo ya no me acuerdo que se siente jugando un miércoles). Y aunque quizá sea un recurso fácil apelar a la sensiblería y a la sinrazón de la pasión futbolera, el anuncio por lo menos consigue que nos enorgullezcamos en nuestro absurdo. Y pensemos pues, venga chico, adelante. Aunque no nos hiciera falta.