Prefiero muerte

Como siempre he tenido tendencias sabihondas y pretenciosas, la noche de Todos los Santos, San Valentín, Carnavales y, en menor medida, la Navidad me parecieron siempre bastante repelentes. Cuando mi hermano emigró a Donosti y entró como socio en unos invernaderos y me explicó lo importante que era San Valentín para el negocio de las flores maticé mi discurso y me hice fervoroso seguidor de dichas fiestas como motor de la economía (el dinero en movimiento genera riqueza, puestos de trabajo, etc.) siempre y cuando a mí no me rozasen ni de soslayo. Así que siempre puedo mantener una posición interesante a la par que ambigua que me permite bandear entre dos frentes enconados con elegancia.

Además, con la noche de Todos los Santos, tuve una leve experiencia no traumática pero sí ridícula con la cual sacié todas mis posibles veleidades hacia esta festividad. Hará ya más de treinta años, en Villaescusa. Mi hermano y yo, que eramos pequeños, nos juntamos con la cuadrilla de mi primo Fran el de los choricillos, mayores que nosotros, quienes llevaban una calabaza que habían vaciado y a la cual le habían practicado unos orificios simulando unos ojos, una nariz y una boca semidesdentada. Trataban de hacer una gracia nada original. Metían una vela encendida dentro de la calabaza justo delante de una puerta dándole a aquello un cierto aire tétrico, se llamaba a la puerta, se salía corriendo y a ver que pasaba. En el experimento número uno, se llamó a una puerta, salimos corriendo, salió un lugareño, se asustó, le pegó una patada a la calabaza desintegrándola y a tomar por culo la noche de Todos los Santos para el resto de mis días.

La Navidad, aunque también me repele, desde que nació mi crío la veo con otros ojos. Y, quieras que no, que si las comidas o cenas de empresa y de amigos prenavideñas, nochebuena, navidad, cumpleaños de mi hermana, nochevieja, mi cumpleaños y el roscón de reyes, unas fiestas con tantas comilonas no deben de ser tan malas.

Y ya.