Amenazados por la plaga de nietos, mi padre me soltó que no se hacía responsable de mis cuadernos de versos, así que, si los tenía en estima, ya podía ir llevándomelos a casa. Con gran tristeza (considero que mis versos forman parte de la vida que transcurrió en casa de mis padres) los cogí y me los traje. Podría haberlos guardado en cualquier armario, pero hubiera sido humillante. Son cuadernos pequeños de gusanillo, de papel cuadriculado, algunos con más de veinte años y no muy presentables, pero, joder, un poco de respeto. Tengo que buscarles acomodo. Un acomodo digno, a prueba de hijo.
Al llegar a casa comencé a hojearlos y a ojearlos. La leche. Esto sí que es ver pasar toda tu vida por delante. Los hay muy malos, malos, decentes, que no están mal e, incluso, buenos. Pero todos son entrañables. De la mayoría ni me acordaba. Son trece cuadernos, unos novecientos versos, casi todos muy parecidos, todos crípticos y desencantados (tendré que consultar con el senado del campeonato de lectura si cuentan como libros), escritos desde el ochenta y cuatro. Qué pardillo era con dieciocho años. Y cuanta tontería. Cuanta pose. Soy poeta. Tengo sentimientos. Soy profundo. Doy mucha pena. Me gusta llorar en todo hombro que se mueva, especialmente si eres tía y me has hecho caso un microsegundo. Me he enamorado. Me he desengañado y sufro mucho. Mi hermano se infló a darme guantazos y a ridiculizarme en aquella época, sin más resultado que unas cuantas muecas de incomprensión. Acabé por espabilarme convirtiéndome en un escéptico sarcástico, cuando quizá no sea más que un cursi resentido. Da igual. Se liga lo mismo.
Porque, qué queréis que os diga, yo todo lo hacía por ligar. Luego acabas reconduciéndolo cuando ves que disfrutas escribiendo y no se trata del reconocimiento, se trata de pasarlo bien. Y, bueno, si tienes corifeos que te celebran y no sólo te marcan con neones fluorescentes tus faltas de ortografía, pues mejor, pero, si no, pues nada. Los placeres solitarios son placeres. Y de los buenos.
13 junio 2006
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1 comentario:
Los versos del Zepporro son una parte irrenunciable de nuestra adolescencia. Como el premio de la Alberca y a las siete en open. Búscales un buen armario.
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