Fiel a mi promesa de no hablar nunca más del Madrid, volveré a hablar del Madrid.
Al principio pensé que una de las innumerables cosas buenas que tenía el Mundial era que nos íbamos a librar de las elecciones en el Mandril. Con lo tontos y pesados que son estos Vikingos, aparte que están hasta en la sopa, iban a ser más importantes estas elecciones que cualquiera que hubiese habido en el mundo a lo largo de la historia. Pero, con el Mundial, ni nos estamos enterando. Y es una pena. Si ya es una vergüenza de por sí una campaña electoral (¿para qué cojones van los políticos a los mercados? ¿han ganado alguna vez allí algún voto? ¿existen los mercados cuando no hay campañas electorales?), cuando hay cinco candidatos (¡cinco!), todos con un montón de cadáveres en el armario, todos presumiendo de señorío pero dedicándose a rajar unos de otros y sin más programa que un ansia descomunal de ser presidentes para figurar y medrar, eso es para disfrutarlo. ¡A la mierda la grandeza! Y lo mejor es que, gane quien gane, el triunfador los lleva al desastre. Me apuesto con quien quiera unos berberechos en Benidorm que, antes de tres años, se aprueba un decreto ley haciendo ilegal el descenso a segunda del Madrid. No los ampara nadie. Y si no, al tiempo.
20 junio 2006
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