Piolín ha entrado en mi casa. Ha sido en forma de regadera. Qué disgusto tengo.
Ya fue dramático el día en que Mickey Mouse entró en casa. Una vez leí que la clave del éxito de Mickey, al igual que Michael Jordan, es que se trata de seres neutros, afásicos, abúlicos, donde todo el mundo acaba viéndose reflejado porque cada cual le termina plasmando la personalidad que desea o le conviene. Muy complicado. A mí el tal Mickey siempre me pareció un minga fría, aburrido y que ni fu ni fa y siempre pensé que era el ejemplo por antonomasia de la fortaleza del marketing, capaz de imponerte cualquier cosa. Pero a mi hijo, con dos años, el marketing se la bufa y cada vez que ve al Mickey Mouse, de alegría baila break dance y hace el pino puente. Algo tendrá el puto ratón.
Pero Piolín... Si eso es infame. Si es un ser rastrero y manipulador que siempre se ampara en la fortaleza de los seres a los que tiene engañados. Si el pobre Silvestre, que es un santo varón, que se merece el cielo por su candor, nobleza y elegancia... No hay derecho. ¡Que no hay derecho, joder! Y la culpa la tienen unos cuantos ejecutivos y unos cuantos guionistas amargados y resentidos que seguro les cabe toda la producción anual de gambas de Sanlúcar por el culo. Voy a coger la puta regadera y la voy a meter una patada que la voy a mandar a Alconchel de la Estrella, provincia de Cuenca. Ya va siendo hora que mi hijo y yo tengamos nuestra primera conversación de hombre a hombre.
19 junio 2006
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