12 mayo 2006

En el Turia, salvo ahogarte, puede pasar de todo

Querido diario íntimo:

No tengo palabras. Mi primera vez. Me quedé sobrecogido, anonadado, confuso. Incluso para alguien como yo, liberal, abierto y tolerante, el momento resultó difícil, chocante.

Junto al puente del Real, al lado de Viveros y del Pío V, en el lecho del antiguo cauce del Turia, suele haber mucho mariconeo. Conforme va cayendo la noche, aquello se va poblando de sombras solitarias que andan poco y miran mucho. Cada uno en su zona se dedican a esperar, no sé si al solsticio, no sé si al equinoccio, no sé si a Vaclav Havel, no sé si al gallo Nicanor.

Anoche, nueve y media, a diez metros de la senda que cruza la zona ajardinada de esa parte del río. Allí estaban. El bujarrón sin pantalones. El activo con los pantalones bajados y bombeando con algarabía y ensimismamiento. Mi primera vez. A la duda siguió la certeza siguió la curiosidad siguió la repulsión siguió el regodeo en la curiosidad y en la repulsión y siguió un cambio de ritmo que ni Mirus Yifter en Moscú 80.

La leche. Qué repeluqui.

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