Sobre el timing, el lay out y otras zarandajas

Llevamos una racha larga de trabajos dentro del Puerto, Aeropuerto y Ford. En los últimos meses me he hinchado a tratar con gente súper importante con cargos súper rimbombantes y con súper responsabilidades. Y, cuanto más trato con ellos, más me sorprende que el sistema funcione. Porque, por lo visto, funciona. Cuando estuve en la mili ya me llamó la atención lo que era capaz de inventar la gente para poder tener algo que hacer y, además, dotarlo de trascendencia. Y, en estos ambientes, a cualquier banalidad se la dota de enorme importancia y origina siete mil reuniones donde unos cuantos gilipollas jugando a ser ejecutivos sopesan con enorme gravedad cualquier memez. En la calle, si te pica, te rascas. Allí no. Allí se aplica el Método Sueco: tres años para tomar una decisión, tres días para ejecutarla. No confundir con el Método de Sueca: tres días para tomar una decisión, tres años para ejecutarla. Y lo peor es que todos estos divos sólo saben hacer méritos torpedeando. No se trata de dar soluciones. Se trata de buscar todos los fallos posibles. Aunque sean ridículos. Y todos trabajan. Y todos cobran un pastón. O tienen un contrato en prácticas y cobran una mierda. Pero son muy importantes. Tienen muchas reuniones.

Y el sistema funciona. Aunque, un buen día, en Detroit, la madre de todos los súper capullos, antes de irse a jugar al golf, estudia unos ratios, baremos, coeficientes, tablas y resultados y decide cerrar la planta de Almussafes. Y todos a tomar por culo. Pero todos.