Pues a mí me sigue pareciendo muy bonito cuando Teresa nos regaló un caramelo.
El Gorras y yo íbamos a Velvet porque amábamos a Maribel. Pero también amábamos a Teresa. Nuestro corazón siempre ha tenido muchos recovecos. Y nunca le faltó amor a ninguno.
También recuerdo el día que, haciendo alarde de un heroísmo sin precedentes, le preguntamos a Teresa si podíamos pedirla una canción. Primero respondió que no. Luego dijo que según. Cuando nos puso el "I will survive" de Cake nuestros ojos brillaron.
Fue muy bonita aquella época en Velvet antes que lo cerraran. La camarera que pusieron después también era muy amorosa, con un catálogo de mohínes insuperable, pero siempre nos pudo la nostalgia.
Eran dos o tres cervezas. Eran infinitas canciones de las cuales igual conocíamos dos en toda la noche, con el enteradillo del pelao bombillo poniendo discos y el camarero Alejandro Sanz haciendo honor a su parecido. Los sábados también funcionaba la barra de dentro. Qué nervios cuando entrábamos y no las veíamos. Qué suspiros de alivio al verlas en la otra barra.
Y que gustirrinín cuando, al pagar, rozábamos sus manos y nosotros juntábamos nuestros pies para estar en contacto y notar su corriente como fluía y nos recorría.
Fue un viernes. Había muy poca gente. Nos acabamos nuestras cervezas y nos encaminamos hacia la puerta. Dijimos adiós con la cabeza y, antes de cruzar al umbral, oímos la voz de Teresa. Esperad. Nos volvimos y nos dio un caramelo a cada uno. El mío era de limón. Anduvimos hasta el cruce entre Justo y Pastor y Manuel Candela, nuestro lugar de despedida, sin articular palabra, y allí nos dimos el abrazo más emotivo que yo recuerdo haber dado. No me importa que se rían estos mendrugos, Gorras. Fue muy bonito. Ellos no tienen sentimientos. Nunca han estado enamorados. Nosotros sí.
27 abril 2006
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1 comentario:
Pues te parecerá raro pero yo no recuerdo de qué era mi caramelo.
¡Qué ingrata es la memoria!
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