03 marzo 2006

Tengan mucho cuidado ahí fuera

Hablar de la Gran Medusa es abrir la caja de los truenos, o la de Pandora o escuchar a Otis Redding cantando "A change is gonna come". Te deja ya el resto del día con la mirada perdida y un no sé que qué se yo en la boca del estómago y unas ganas de lloriquear o de llamar a alguien para decirle entre sollozos que todo fue muy bonito.

Llevo una semana lánguida. Primero fue la llamada de Rosa, la mujer de la Sierpe, para pedirme fotos de su marido con el fin de darle una sorpresa por su cuarenta cumpleaños. Su marido, ese puto cabrón que nos tiene absolutamente olvidados, que nos ignora con el mejor de sus portes burguesitos, entre compact de Elmor James (igual ahora lo odia), concierto en el palco del Liceo de la Filarmónica de Berlín, dirigida por el espíritu resucitado de Herbert Von Karajan interpretando el Requiem de Mozart con el Orfeón, no ya el Burgalés, sino incluso el Donostiarra, todo ello en su honor, sentado entre Lepprince, Onofre Bouvila y Enric Savolta; y cata de vinos descorchando botellas que se la pondría tiesa a todos los Luises, desde el I hasta el XVI. Como digo, ese cerdo que, si un día se dignase a tener un detalle conmigo, yo me volvería a él con toda mi soberbia y toda mi ira y le diría, te quiero, Sierpe. Eres malo. Me tratas muy mal. Pero yo te perdono. Porque te quiero. A pesar de la distancia y de lo poco que me mimas, yo te quiero porque eres mi amigo y yo lo sé. Y él pondría una de sus caras de guisante mitad tiernas, mitad picaruelas y me dejaría. Porque soy gilipollas. Y como soy gilipollas hoy he estado buscando fotos en casa de mis padres y he movilizado a todos los que pueden tener fotos suyas.

Bueno, pues hablar con Rosa me dejó tocado. Y hoy, con la Gran Medusa, estoy zozobrando. Tengo la misma sensación que cuando terminaba cualquier episodio de "Canción triste de Hill Street", la mejor serie del mundo mundial de todos los tiempos habidos y por haber, con el capitan Furillo, Joyce Davenport, Bobby Hill, Renko, Joe Coffee, Lucy Bates, el sargento Esterhouse, Belker y otros tantos. Era acabar el capítulo, quedarme en el sofá, echarlo a suertes y descolgar el teléfono para llamar a cualquiera que cogiese el teléfono (era indiferente que quisiera escucharme) y comenzar mis letanías autocompasivas entre pucheros, hipidos y lágrimas conmovedoras y desgarradoras.

Y el caso es que echo mucho de menos aquellos momentos. Me gusta vivir en el Mustio Collado. ¿Qué queréis que os diga?. Me pierde mi devoción por la Gran Medusa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...o en la cruz de un camino
ha de hallarme el destino
masticándome el alma.


Total que ya me veo haciendo un recopilatorio de lo más Gran Medusa de Larralde para este sábado.

Me complaceré en ello sin duda, Zepporro, porque hasta los que ya hemos empezado la segunda vuelta -por cierto, esas alusiones al Mustio Collado...- y estamos en el mercado o ya saliendo de él hasta en segunda vuelta, que tampoco se sabe, nos ponermos a Larralde para subir a Vistabella a las dos de la madrugada, meter el coche en la pista quitando a patadas el hielo que la quitanieves amontonó a la entrada, nos tomamos un roncito pelándonos de frío porque hay que disfrutar esa oscuridad estrellada, esos flecos de nieve por el suelo, esa soledad inmensa, hasta nosotros que ya estamos de vuelta pero segunda, es decir más niños y más ingénuos que nunca, sabemos que hacemos todo esto en honor de la Gran Medusa.