17 febrero 2006
Mozart y la Quina Santa Catalina
Estoy amenazado. Tengo mi blog como un juguete con el que me lo paso en grande, con un número de entradas que no barrunta la posibilidad de poder siquiera tomarme un café a su costa y ahora va y resulta que he de medir mis palabras si quiero dormir tranquilo. Tiene narices. Me siento unido a la estirpe de los periodistas (la peor calaña, junto a médicos y abogados, con arquitectos e ingenieros de caminos en puestos Uefa) en defensa de la verdad, la libertad de expresión y de mi santa voluntad para hacer chanza, mofa y befa de lo que San Apapucio me procure. Amparado en aquello de calumnia, que algo queda, he sido conminado a segar mis contenidos bajo la sugerencia, me temo que no muy bien intencionada, de propagar una información calumniosa e ignominiosa si no obedezco. Y he de callar por el temor de que infundios y desatinos malencarados cercenen mi tranquilidad y proverbial paz exterior e interior. He de silenciar bellas historias que harían zozobrar hasta a la momia de Lenin. Estoy negando al mundo la posibilidad de ser un poco más felices. Aunque arrieritos somos.
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