A vueltas con el maratón. He estado mirando la clasificación y resulta que el tiempo real que empleé, desde que crucé la salida hasta que llegué a meta, fue el que marco arriba. Esta bien esto de llevar un chip en la zapatilla. También he podido comprobar que en los últimos doce kilómetros gané setenta y cinco puestos. Ya sé que estoy muy pesado y que, al fin y al cabo, quedé el trescientos sesenta y nueve, pero, qué queréis que os diga; San Joderse cayó en lunes y yo he venido aquí para hablar de mi libro.
Y ahora pienso estar dos semanas sin correr. Dos semanas sin ponerme las zapatillas. ¿Qué va a ser, entonces, de mi vida interior? ¿Qué profundas reflexiones llenarán mi blog? ¿Que estará haciendo hoy Miguel Marino?
Tendré que escuchar tertulias radiofónicas y opinar de todo. Hoy, sin ir más lejos, he estado a punto de llamar a la radio donde una marisabidilla estaba muy ofendida por que en los Estados Unidos habían censurado algunos episodios de Sexo en Nueva York. Ella, que se confesaba adicta a la serie, ha aprovechado para rajar a gusto de todo lo que huele a yankee y ha soltado todos sus estereotipos progres y se ha quedado escandalizada pero satisfecha. Yo, como os digo, he estado a punto de llamar para preguntarle si la serie Sexo en Nueva York era afgana, iraquí o cubana; si Sarah Jessica Parker era manchega o si los guionistas eran de Ruzafa o de Benimamet.
Luego ha soltado otra soflama por no sé que comentario sobre los presupuestos del Ministerio de Defensa. Ha dicho quinientas veces no hay derecho y otra vez ha rematado su intervención con una letanía de cursilerías progresistas. Y aquí sí que he estado de acuerdo con ella. Yo también suprimiría el Ministerio de Defensa. Pero yo crearía el Ministerio de Ataque, le plantaría los tanques en la puerta de su casa y la tendría treinta años suplicando una muerte digna. Y, ya puestos, cruzaría el Estrecho y no pararía hasta volver por los Pirineos.
20 febrero 2006
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