14 noviembre 2007

Nada me han enseñado los años

Me ha quedado un poco largo. Ánimo.

En el año 92, Yugoslavia fue primera en su grupo y se clasificó por tanto para el Europeo de fútbol. Por el tema de la guerra de los Balcanes fue retirada de la competición antes del inicio y llamaron a Dinamarca, segunda de su grupo. A duras penas y deprisa y corriendo juntaron los daneses a su equipo, se plantaron en el campeonato y, ya que estaban allí y les habían fastidiado las vacaciones, pues lo ganaron. Aquello supuso una conmoción en todo el tema de las planificaciones de las grandes competiciones en los equipos de élite. Digo conmoción y no revolución pues luego no ha habido grandes cambios y se sigue con el tema de las concentraciones y todo eso, pero fue muy gracioso.

Toda esta introducción viene porque las fórmulas tradicionales no siempre garantizan resultados. A veces se siguen fórmulas alternativas y también funcionan. Mi comportamiento en las horas previas a la Behobia se salió un tanto de lo establecido y, visto como salió la carrera, quiero comentarlo por si a alguno le sirve cuando vaya a competir.

Estas carreras con tanta participación y tradición cierran el plazo de inscripción enseguida pues llenan el cupo. Hay que estar muy atento para apuntarse en cuanto abren el plazo. Así, en el mes de junio ya estaba inscrito y le dije a Ana –prepárate, que en noviembre nos vamos los cuatro a San Sebastián. Me cojo el viernes, pasamos tres días con mi hermano y los suyos, corro y nos volvemos. Ana dijo que sí aunque, al poco, empezó que si es que, que si tal, que es mucha paliza, que Berta no aguanta dos horas de viaje, que para tres días no merece la pena. Yo tenía muy claro que iba a correr, aunque el irme yo sólo en el coche era un palizón, así que pregunté a los climaterios, que también se habían apuntado y se iban con la familia, si tenían sitio en el autobús para otro. Me dijeron que sí. Pues guardadme sitio.

Mi amigo Jose el Vasco vive en Madrid y es madrileño mal que le pese, aunque toda su familia es de San Sebastián. Por parte de padre tiene ocho millones de apellidos vasquísimos y cuatro pisos en plena parte vieja de San Sebastián, en la calle 31 de agosto, fecha que conmemora el exquisito detalle que tuvieron los franceses de pegarle fuego a la ciudad. Si en Játiva tienen a Felipe V boca abajo allí debieran tener a Napoleón. Jose y yo somos amigos desde primero de EGB. También corre, aunque menos que yo, pues, además, hace montaña y otras cosas. Le llamé para comentarle lo de la Behobia, se animó y se apuntó.

Mi hermano, con quien pensaba acoplarme, me avisó que a la familia de su mujer les había gustado la idea de, un fin de semana, juntarse todos, padres, hijos y nietos (son unos copiones), en un lugar determinado (en este caso Estella) y habían elegido como fecha de la concentración justamente el fin de semana de la Behobia. Podía quedarme en su casa, pero ellos, el sábado por la mañana, se irían. Llamé a Jose para ver si podía alojarme con él el sábado pues, incluso, me venía mejor, ya que la meta estaba cerca de su piso y me daba tiempo a ducharme rápido tras la carrera y ya engancharme con los climaterios pensando en el viaje de vuelta. Así, de la idea inicial no quedaba casi nada, pero me pude apañar. Tuve suerte.

Salimos el viernes a las diez y media de la mañana. Llegamos a Oyarzun, donde tenían el alojamiento los climaterios, a las ocho de la noche. El viaje, aunque parezca mentira, no se hizo pesado, y eso que íbamos cerca de cuarenta en el autobús, con más de diez críos. Estuvo bien. En Oyarzun estaba mi hermano esperándome junto a mis dos sobrinos y, desde allí, nos fuimos al caserío en el que viven donde estaba mi cuñada. Estuvimos mi hermano y yo un rato y nos bajamos hacia San Sebastián ya que habíamos quedado a las nueve y media con Jose y con mi primo Jose Antonio y su mujer, Manoli, madrileños también ellos, que se habían presentado de improviso. –Cenamos y nos subimos, ¿eh? Que el domingo hay que correr. –Vale, vale.

Estaba la parte vieja de bote en bote. Reservamos por fin para cenar, pero teníamos que esperar hasta las once y media. Y ¿qué podíamos hacer hasta entonces? San Sebastián. Parte vieja. Pues nos liamos de pinchos con sus correspondientes zuritos. Tres o cuatro, no recuerdo.

Para la cena, pedimos vino. –Con los que sois, mejor que una botella normal, una tamaño mágnum, de litro y medio. –Lo que tú quieras, hija mía. Como si fuese una boda.

Aquí hubo un momento en que me asusté. Considero que el vino es uno de los grandes refugios de la estupidez humana y cuando veo a uno que coge una copa de vino y huele el contenido y lo mira y lo remira al derecho, al revés y al trasluz siempre me acerco y le digo –no sigas. Ya lo he averiguado. Eres gilipollas. Me cae muy bien mi primo y, por un instante, pensé que iba a ser uno de esos pues trabaja para el fenecido Polanco en su canal de televisión y ya se sabe que no hay mayor burguesito que el progre burguesito. Pero no. Falsa alarma. No hizo el menor comentario ni pronuncio la palabra tanino ni retrogusto. Menos mal.

Después de cenar, habrá que tomar algo que facilite la digestión. Y pocas cosas hay tan digestivas como el gin-tonic. Nos llevó mi hermano a un sitio donde los preparan de miedo, con su limoncito exprimido y toda la pesca. Cuando sonó una versión de Los Rodríguez de “En el último trago” del gran José Alfredo Jiménez y me puse cantar como un tenor, empecé a pensar que aquello se me estaba yendo de las manos. A pesar de eso, aún tuvimos tiempo de ir a otro garito donde cayeron otros dos gin-tonics absolutamente digestivos. Momentos especialmente memorables fueron cuando sonaron “Don`t stop me now” de los Queen y el “Loveshack” de los B-52, durante los cuales fui poseído una vez más por el espíritu de Leroy Johnson.

Salimos del garito. Jose se fue para su casa y mi hermano decidió que íbamos a acompañar a mi primo y a su mujer al hotel. Estábamos junto al Urumea y el hotel en el Antiguo. Nos dimos un bonito paseo junto a la Concha y mantuvimos una agradable conversación centrada en el tacto rectal. Desde el hotel cogimos un taxi y para el caserío. A las cinco me metía en la cama.

A las ocho y media abrí los ojos. Resacón. Traté de dormitar hasta las nueve y ya me levanté. Por allí andaban mis sobrinos dando botes, mi hermano como ánima en pena y mi cuñada echándonos la bronca. Se fueron para Estella. Intenté dormir un rato más, pero imposible. Me duché, me vestí, recogí y llamé a Jose. –Bajo para allá. Ve cambiándote que vamos a salir a rodar media horilla. Me da igual. Yo estoy peor que tú. Hay que quemar la mierda.

Cogí el autobús con todos mis bártulos y cuando llegué al piso de Jose tenía el cuerpo absolutamente revuelto. No sé de dónde saque fuerzas, me cambié y Paseo Nuevo arriba y abajo y Zurriola arriba y abajo y, oye, como nuevo. Mano de santo.

Nos duchamos, quedamos con mi primo y su mujer a mitad de camino, dimos un paseo y terminamos sentados al solecillo junto al Kursaal viendo a los surferos. Al rato mi primo y su mujer, que habían dormido como campeones, propusieron ir a comer. –Como queráis, pero nosotros vamos a tomar una ensalada y poco más. Habrá que recuperarse. Esta noche un poco de pasta, fruta y ya. Entramos en una tasca y, tal y como nos dieron la carta dijo la camarera –os recomiendo las alubias de Tolosa. A mí en aquel momento se me encendieron los ojos, pero algo saltó en mi interior. No, Car, no. Mañana corres. Mañanas tienes palizón. No puedes comerte unas judías. No puedes. Así que, con harto dolor de mi corazón, me giré a la camarera y le dije:

-Venga.

Un plato de judías pintas con su choricito que no se lo saltaba un gitano, densas densas como a mí me gustan, de esas que plantas la cuchara perpendicular al plato y ahí se queda. Qué buenas que estaban. Qué buenas. Ah, el placer, el placer.

A partir de ahí todo transcurrió como mandan los cánones. Recogimos el dorsal y la bolsa del corredor, nos despedimos de mi primo y su mujer, subimos al piso, nos echamos la siesta, bajamos a comprar regalitos para los críos y nos dimos un paseo. Recordamos el viejo consejo atlético que afirma que si estás nervioso antes de una carrera y no puedes conciliar el sueño, tómate dos cervezas: te aporta agua, te aporta hidratos, no aumenta apenas el contenido de alcohol en sangre y te da sueño. Hicimos caso al consejo pues estábamos muy nerviosos y acompañamos a las cervezas con sus correspondientes pinchos y un bocadillo, que no teníamos ganas de ponernos a calentar pasta. A las diez y cuarto ya estaba en la cama y el despertador sonó a las siete y media. El resto ya lo conté el otro día.

P.D. Ocho años y un día. Y lo que nos queda.

7 comentarios:

Tomoya I dijo...

Felicidades por el método alternativo y por los ocho años que hace que Luis Santángel y yo compartimos un momento íntimo de ingrato recuerdo.

Slim dijo...

estas hecho un toro chaval!! pinchos, gintonics, judias, cervezas y mas pinchos y el resultado, un carreron!! te hicieron control antidoping? todo eso no puede ser del todo legal...

Álex dijo...

Igualico que Ronaldo, oiga, salvo por la ausencia de elementos femeninos externos a la familia.

Ocho años y un día... ¿Qué delito cometiste?

elbé dijo...

Con esos métodos alternativos a ver quién se apunta a la ortodoxia.

Felicidades por los ocho años y cuidado, que se van acercando los diez.

3'14 dijo...

Empiezo a entender qué es lo que ves a esto de ir de carrera en carrera ¡Menudo fin de semana!

Ah, los años sí enseñan algo, a transgredir las reglas que otros tantos nos costó asimilar.

Felicidades :)

Zar Polosco dijo...

Por fin me deja blogger hacer comentarios, que me tuvo toda la tarde de ayer castigado.

La heterodoxia era factible a los veinte años. A los cuarenta dejan secuelas. No he parado de jurar en estos tres últimos días que jamás me volveré a salir del camino del reposo y la concentración. Y, por supuesto, no he dejado de preguntarme que tiempo habría hecho si me hubiese comportado como tocaba. Pero que me quiten lo bailao (pocas meces mejor dicho).

No me hicieron control antidoping. No se hubiesen creído los resultados.

No sé como Ronaldo puede aguantar este ritmo. Ni Romario. Ni todos los brasileños.

Hace ocho años y dos días disfruté muchísimo. Y no me he arrepentido. Ni creo que lo haga.

Arual dijo...

Felicidades por esos ocho años y bueno que te quiten lo bailao y encima te salió un carrerón, qué más se puede pedir???

PD. ¿He diho lo bonita que es San Sebastián?