Pantera Rosa en nuestros corazones

Están a punto de volver los campeonatos del mundo mundial de futbolín. El Pato consiguió uno y lo metió en su estudio. Estaba hecho una cataplasma. Dice que nos llamó para colaborar en su restauración más que reparación. Yo no me enteré. El caso es que, en sus ratos libres, jurando en arameo y ciscándose en nosotros y en cinco generaciones anteriores a la nuestra ha casi concluido con la misma. A falta de pequeños retoques, que iremos a darlos para que el Pato no nos esté constantemente recordando que somos unos perros y unos ingratos, ya está el futbolín en condiciones. Vuelven los grandes campeonatos.

Y con los campeonatos, vuelven los competidores. Álex, con esos reflejos que tiene el cabrón, tan simpático, hiriente e ingenioso cuando gana, tan hermético y silencioso cuando pierde; Maroto, el hombre que más daño se ha hecho a sí mismo, capaz de coger el coche y venirse desde Barcelona sólo para jugar al futbolín, tan bullanguero cuando juega, gane o pierda; el Pato, siempre soez y descarado en la victoria, la derrota o el empate; el Gorras, con ese juego pegajoso que vacía los estadios practique el deporte que practique, defensor férreo y pesado, pesado, pesado y, por último, el Zepporro que, al igual que su equipo de fútbol, practica un juego nervioso en defensa y romo en ataque, pero siempre voluntarioso. Cinco somos. Jugamos a bola y el portero del equipo que pierde, sale. Siempre rotando. Al final jugamos todos con todos y contra todos y en todas las posiciones. Vence la pareja que más bolas consecutivas gana.

Por supuesto practicamos un futbolín elegante, fino y estilista. No practicamos ese futbolín tosco, primitivo, arrabalero y tabernario que practican en el Bierzo Álex E. y sus amigachos. Superficie de juego cóncava, alineación dos tres cinco y reglas que favorecen la plasticidad y armonía del juego. Futbolín brillante. Futbolín total.

Me apetece.