Bueno, pues contaré lo de las rumanas, si es que eran rumanas.
En el año noventa y siete en Valencia todavía uno podía comprarse un piso. Y eso hicimos. Nos lo dieron en julio de noventa y nueve pero no lo ocupamos hasta noviembre después de haber pasado por la vicaría pues nuestras madres son muy tradicionales a pesar de que llevábamos varios años viviendo juntos como Maroto, Ana en Madrid y yo en Valencia. Ana se vino para la ciudad de las flores y ocupamos nuestro piso que estaba de lo más minimalista. Mi amigo José el Vasco afirma que lo único imprescindible para vivir es una cama, la televisión y el papel higiénico, que el resto es superfluo. No estoy demasiado de acuerdo con él, pero el caso es que arrancamos nuestra vida matrimonial cual si fuésemos discípulos suyos. La mesa del comedor era la caja de embalar el televisor, mesa muy práctica, pues servía además como agenda para anotar.
En el rellano de nuestro piso hay tres puertas. Frente a la nuestra vivían tres hermanos de Albacete, algo más jóvenes que nosotros. En la puerta contigua a la nuestra no vivía entonces nadie pero, al poco tiempo, comenzamos a sentir movimiento y un día en el rellano coincidimos con una chiquita de rasgos eslavos y con un acento en su castellano que podría ser desde eslovaco hasta letón. La muchacha tenía un cierto parecido con Najwa Nimri pero no era en absoluto tan lista como ésta porque no ha nacido ni nacerá nunca ningún ser en todo el universo que sea tan listo como Najwa Nimri. La chica se presentó y, muy maja y muy educada, nos comentó que tenía la costumbre de escuchar música un poco alta, que si nos molestaba se lo dijésemos. Resultó la chiquita ser incondicional de Camela, pero no era molesto (tengo yo cierta fascinación por la voz de la cantante de Camela así como por las letras del grupo, las letras más lógicas que he oído nunca. Creo que algún día desarrollaré el tema). Vamos, que como vecina era de lo más discreta. Lo único raro era que en ese piso siempre estaba entrando y saliendo gente. Con los que coincidí en el ascensor que frecuentaban el piso ninguno hablaba español. Nos resultaba un tanto sospechoso, pero terminamos por pensar que eran compatriotas que se reunían. Y no le dimos más importancia.
Volvía yo un viernes por la tarde de trabajar cuando en la emisora que iba escuchando empezó a sonar una de mis múltiples canciones favoritas: “Pedro pe” de Rafaella Carrá. Llamé a Ana (entonces no era falta o delito hablar en el coche con el móvil) para que sintonizase la emisora. Cogió el teléfono muy seria y respondió: -ahora mismo no puedo. Está aquí la policía. Luego hablamos.
Acojonao me quedé. Se me hizo larguísimo hasta que llegué. No tenía ni idea de lo que podía haber ocurrido, ni porqué estaba la policía en casa. Cuando llegué ya se habían ido. Estaba Ana sola y muerta de risa. Entonces me contó la batalla. Resultó que estaba ella tan tranquila cuando llamaron a la puerta. –Abran a la policía-. Abrió y empezó a entrar gente. Uno de ellos pasó directo al salón y salió a la terraza. Había dos más en la calle, dos en el rellano, otro más que entró, una secretaria judicial y dos mujeres que nadie sabe que hacían allí. Ana preguntó que qué pasaba. La única respuesta fue: -pero, ¿es que no habéis notado nada raro? El policía del balcón saltó a la terraza de los vecinos (vivimos en un tercero. No es muy alto, pero, aún así, un par de huevos que tuvo el tío), subió la persiana y entró gritando –al suelo, al suelo. Abrió la puerta, entraron los dos policías que estaban en el rellano y luego el resto, salvo los dos mujeres que nadie sabía que hacían allí, que estuvieron comentándole a Ana lo bonito que era nuestro sofá. Al rato salieron llevándose a nuestra vecina y a otro gachó esposados y un montón de bolsas de plástico llenas.
Pasó el fin de semana y no hubo movimiento ninguno hasta el domingo a las doce de la noche, en que escuchamos abrirse la puerta del piso y entrar a alguien. Yo me asusté bastante. No sabíamos exactamente qué había pasado, porqué los habían detenido. No sabíamos si habíamos sido nosotros vigilados por la policía. No sabíamos si los vecinos, al entrar la policía por nuestra casa, nos consideraba colaboradores y pensaba tomar represalias. El caso es que aquella noche dormimos poco. Y nuestros vecinos de Albacete menos todavía. Al día siguiente nos juntamos pero poco podíamos hacer.
Las nuevas moradoras del piso resultaron ser otras dos eslavas, una alta, morena y un tanto equina y una rubia pequeñita y pizpireta. No hablaban mal el castellano. Alguna vez hicieron algún comentario sobre la policía. No daban mucha guerra. Dormían toda la mañana, salían después de comer y volvían a las tantas. Salían vestidas de una manera tal y tan perfumadas y arregladas que no daban mucha opción a la imaginación sobre sus quehaceres vespertinos y nocturnos. Pero lo mejor de las nuevas vecinas era su tendedero. Yo todos los días me asomaba a la terraza únicamente para ver su ropa tendida. La ropa interior que gastaban habría cabido perfectamente en un dedal. Qué despliegue de lencería. Qué ropajes tan exiguos. Qué extraordinaria habilidad textil realizar esos firuletes tan rococós en tan ínfima superficie. Yo estaba admirado.
Poco a poco nos fuimos acostumbrando. Se nos fue olvidando que sus amigos, o socios, o compañeros o compatriotas habían salido de allí esposados. Y, un buen día, desaparecieron. Y no volvimos a saber nada. Y el piso quedó vacío por mucho tiempo, hasta que un día apareció la dueña y nos dijo que, simplemente, sin preaviso y sin nada, dejaron de pagarle y nunca más se supo. Le comentamos todos los avatares que habían sucedido en su piso y que nosotros conocíamos (probablemente, el uno por mil) y se hizo de nuevas y se mostró muy sorprendida. No sé.
Pasado el tiempo nuestros vecinos de Albacete nos comentaron que alguien les había dicho que aquello lo había alquilado una mafia que se dedicaba principalmente al robo y al tráfico de coches de lujo, pero que también tocaba los palos habituales en este tipo de mafias: drogas, prostitución, etc. Pudiera ser. No lo sé.
Y esta es la historia de las rumanas. O de las serbias. O de las checas. O de las lituanas. Chi lo sa.
19 junio 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
10 comentarios:
Jejeje! Qué buena la historia de tus vecinos, un rato de estos tengo que hacer un post también hablando de mi bloque, da para una serie de televisión pero en plan surrealista también, en fines. También me ha hecho gracia lo de que en el 97 todavía se podía comprar uno un piso, yo y mi chico nos lo compramos en el 2000, y nos dieron las llaves en el 2001, justo antes de explotar la bomba immobiliaria. Ese mismo septiembre nos pusimos a vivir juntos, primero sin pasar por la vicaria, a nuestras familias les explicamos que había que hacer el periodo de prueba reglamentario, y sí también lo hicimos con decoración minimalista, la mesa de la tele era un grupo de cajones de cocina que le birlamos a mi padre de su taller, jeje, qué tiempos, luego después del convenido periodo de prueba pasamos por la vicaria en el 2003, y hasta ahora. Eso sí con los años fuimos abandonando la decoración minimalista y la sustituimos por una más funcional, jeje!!
Ale me voy a ver HOUSE... bona nit!
Los eslavos tienen una tendencia hacia la musica hortera sorprendente. Y tendrias que oir la musica hortera rumana.
Digan lo que digan, tener putas y traficantes le da vidilla a un vecindario. Vale que son un poco molestos si se lían a tiros, pero al menos no protestan cuando quieres cambiar la antena de la tele aduciendo que ellos sólo ven la Primera, como los ancianos que pueblan mi edificio.
Yo considero fundamental la nevera. El televisor, ahora, prescindible, no tanto la caja del embalaje.
Fundamental la nevera y el equipo de música. Yo también pienso que la tele es prescindible.
Y la lavadora, sin duda, el artefacto más difícil de manejar del universo.
No sé como será la música hortera rumana, aunque no sé si será peor que la música hortera caribeña merengosa.
Los vecinos son un mundo. Yo tengo una vecina que sabe decir equiliqua y, a raíz del tema del garito que nos iban a abrir, se hinchó a convocar reuniones de vecinos para repetirnos el latinajo setenta mil veces siete.
Nuestros vecinos alquilaron la casa a traves de una agencia, y de repente alli apareció un grupo de gente de lo más estrafalario: un rastafari, dos punkis, una rusa, un italiano, dos sudamericanas con niña incluida, uno vestido de color indefinido con una novia con la voz de Lola Gaos, un ninot de falla, y otros dos a cual más raro que creo que eran albaneses. Les cortaron la luz por falta de pago. El italiano que era mas hablador y educado, me contó que el de color indefindo alquilaba habitaciones por dias a extranjeros. Vino la policia a raiz de una bronca, montada por la voz de Lola Gaos etc etc...
Cuando se fueron, el piso estaba como si hubiera pasado una horda de barbaros y encima guarros.
Aquello era como dicen en la tele a todas horas "Dantesco".
Ay si Dante levantara la cabeza.
Jajajaja, tuviste suerte porque al menos te deleitabas con la lencería "estrafalaria" de las chatis, yo tuve unos colombianos que traficaban con drogas arriba de mi casa y la poli entró tirando la puerta, y he de decir que no estaban nada buenos!! Pero a partir de las tres de la madrugada el ir y venir de gente era algo molesto de verdad
Huola Zarpo
Dantesco y kafkiano son dos expresiones que cualquier capullo que sale por televisión utiliza cada quince segundos para darse más importancia. Luego ninguno sabe ni quien es Dante ni quien Kafka ni si eran futbolistas o el ex marido de la hija secreta de la tonadillera que se tiró a uno del Gran Hermano.
Me encantaría escuchar una bronca con la voz de Lola Gaos.
No era estrafalaria la lencería de mis vecinas. Ya la tildaría más bien como microscópica.
¡Qué cosas pasan en la vida! Y muy buen contado. Se nota que eres un zar. Ah, los zares eran rusos, o sea, eslavos jajaj
Publicar un comentario