Ayer estuve un rato viendo jugar a la Sharapova. Nunca la había visto y, hombre, no lo hace mal. Sigue la tendencia actual del tenis, donde todos se han convertido en pegadores de raquetazos. Pero no la miraba únicamente con ojos deportivos y, la verdad, no es para tanto. Es un armario. Menudas espaldas tiene. Y de cara es monina. En las fotos, con quinientos estilistas y doscientas personas haciendo juegos de luces, pues resulta. Pero... no.
Yo era de Steffi. Estaba enamorado de sus piernas y del resto de su cuerpo. Tal vez su nariz no fuese perfecta pero tampoco lo es la de Barbra y ambas dos son incuestionables. Siempre me sorprendió que una jugadora con un sólo golpe dominase tanto tiempo el tenis femenino. También me sorprendió siempre que, habida cuenta que en todos los partidos que disputase en su carrera sus rivales siempre la machacasen el revés, progresase tan poco con ese golpe, siempre cortado y defensivo.
De las muchas satisfacciones que me dio Steffi, nunca olvidaré la final de Roland Garros del 99. Una Steffi en el último año de su carrera, machacada por las lesiones por no llamarlas achaques. Una estúpida integral e insolente Hingins en su esplendor, haciendo declaraciones previas llamando momia y vejestorio a Graf pidiéndola que asumiese su edad y dejase de hacer el ridículo. (Lo que más me jode de la Hingins es la fijación que tiene por los españoles. Primero estuvo con un tenista, Julián no sé qué, que duró poco en el tenis profesional. Luego estuvo con el mayor timo del deporte mundial después de Raúl: Sergio García, que es malo hasta decir basta y el cabrón factura más de mil millones al año. Inconcebible. El caso es que el Sergio será de Borriol, pero hace falta ser tonto para haber estado liado con tamaña impertinente). Aquel tercer set fue glorioso, con un Hingins cada vez más descompuesta, más histriónica, más soberbia, más humillada y una Steffi concentrada, seria hasta el último punto en que se limitó a sonreír y emocionarse con sobriedad. Y luego, en la entrega de trofeos, majestuosa, como siempre, diciéndole a Hingins que tal vez tuviese unas cuantas cosas que aprender todavía. Glorioso.
Lo que nunca acabé de entender es que Steffi acabase junto a Agassi. No es que el Andre me caiga mal, pero no es un buen indicio haber estado casado con Brooke Shields. Además, tengo la tendencia de desconfiar de toda aquella persona que anda con pasitos cortos. No lo sé. Ya veremos.
11 noviembre 2006
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2 comentarios:
Yo lo que no entiendo de Martina es como puede jugar al tenis una mujer sin ojos.
Es que, cuando una madre se empeña en algo, consigue lo imposible.
Podíamos hacer un Gran Hermano con las madres de Hingins, Arancha, Brooke Shields, Britney Spears y la Pantoja.
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