11 septiembre 2006

Viruelas

Dentro de las actividades que se organizan en Belmonte en fiestas está la celebración de una carrera de una milla de longitud. A mí, la milla, hace veinte años me encantaba. Ahora se me queda muy corta, pero para una carrera que se disputa en Belmonte no la voy a perdonar.

Ésta era la septima edición. Antes daban dinero. Venían unos cuantos lebreles de Motilla, Villarrobledo o Socuéllamos, se repartían la pasta y el resto a hacer bulto y a aguantar las burlas pues en Belmonte son muy de la mentalidad de que si no ganas para qué corres. Este año no había dinero y sí especies que no debieron ser del agrado de los atletas mercenarios de la comarca. Nos plantamos quince en la salida. A unos cuantos los conocía, pero había una serie de chavales de unos dieciocho veinte años que me daban mala espina.

Eran tres vueltas. Salimos muy lentos, por lo que me puse en cabeza y comencé a tirar. Si la carrera era lenta al final me iban a pasar todos por todas partes, por lo que los puse en fila india y a sudar. Y a correr. Al paso por la primera vuelta ya sólo me seguían cinco. Poco antes de terminar la segunda atacó uno por detrás y me cogió quince metros muy fácil. Saltó después otro, pero a éste no le vi tanto fuelle, por lo que me fui tras él mientras veía que el primero se me iba despiadadamente. Detrás ya no tenía porqué temer a nadie. Cacé al segundo y lo dejé atrás. Me tiré ya con todo a por el primero, pero imposible cogerlo. Aquel tío era muchísimo mejor que yo. Al final, segundo.

No discuto que muy bajo ha de ser el nivel de una carrera para que yo sea segundo, pero no os podéis imaginar lo contento que estoy. Aparte de una camiseta y un bocadillo, me dieron un trofeo que era algo así como un escanciador de un azul indescriptible sobre una peana que no sé si son unos dedos o unas ramas: el horror. También me dieron una caja de vino de la cooperativa local. Tuve que coger mi DNI y fijarme bien en mi fecha de nacimiento como medida reflexiva porque lo que de verdad me apetecía era coger el coche y darle cincuenta vueltas al pueblo tocando el claxon y enseñando a todo quisque mi bonito trofeo. En cambio, adopté una postura escéptica e hierática y no le di, públicamente, la menor importancia a ese pedazo de subcampeonato que acababa de conseguir. Los putos complejos.

La pena que tengo es que el "Príncipe de Asturias" lo concedieron la semana pasada. Una semana más tarde y, sin duda alguna, habría sido mío.

2 comentarios:

3'14 dijo...

Enhorabuena campeón! Ya se quien será el último de abandonar el bar si algún día nos tomamos unas cañas ;)

Y, ¿Quien quiere el Príncipe de Asturias teniendo un trofeo, camiseta, bocata y lo mejor... La caja de botellas de vino!!?

Zar Polosco dijo...

Tomar cañas es uno de los mayores placeres que existen, especialmente si van acompañadas de se correspondiente y reglamentaria tapa.

Algún día tendría que preparar empíricamente la ruta del cañeo. Que yo conozca, y me queda mucho por conocer, recomiendo Madrid, San Sebastián, Cuenca, Salamanca y Ciudad Real.

Y no me importa ser el último en abandonar los bares, siempre que eso no implique ser el pagano.