26 septiembre 2006

Ahora que mi vida se ha convertido en cuento

Tengo que hacer un ejercicio de reflexión, aunque sea en voz alta o por escrito para ver si me centro o me aclaro o qué se yo.

Hasta el pasado mes de enero yo vivía muy feliz. Cuarenta años recien cumplidos, casado, un hijo, trabajando mis nueve, diez o las que tocasen horas diarias, mis cuatro o cinco días a la semana saliendo a correr, nadando de vez en cuando, tratando de mantener un ritmo de lectura de un par de libros mensuales, mis viajes a Belmonte/Villaescusa cada dos o tres semanas, mis disgustos habituales con el Atleti y poco más. El ordenador era un trasto que en el trabajo servía para calcular estructuras, redactar presupuestos, recibir y enviar correos guarros o chorras y para entrar de vez en cuando en las páginas del Marca, de los Faisanes, en la del Interviú (los lunes. Sagrado) o en la de Carreras populares, que me servía para planificar mi calendario atlético. En casa tenemos otro ordenador que utiliza Ana para sus cosas y donde yo sólo entro para llevar las cuentas de la casa, para morir buscando minas o para hacer algún que otro solitario.

En esto cumplo cuarenta y el Gorras me regala un blog. Este blog. Por supuesto que hubo de explicarme en qué consistía el chisme este porque yo ni puta idea. Y así empecé. Siempre me gustó escribir. Mucha poesía en mi adolescencia y en todas mis juventudes (primera, plena, tardía, muy tardía, carca y postcarca), mucha correspondencia durante la misma época y unos cuantos (pocos) relatos pretenciosos y cortazarianos que envié a varios concursos que espero les sirviesen para envolver bocadillos, porque para poco más. Últimamente mataba el gusanillo enviando correos electrónicos al Gorras y a la Torrija y escribiendo la mayoría de las citaciones a las Faisanadas belmonteñas. En esto llega el blog y lo que era un entretenimiento empieza a resultar obsesivo; obsesivo, quizá, en tres aspectos.

Lo primero fue retomar el placer de escribir. Y el placer de escribir algo. Mis temas no son relatos. No tengo apenas imaginación. Me limito a abrir los ojos, tomar cosas de aquí y de allá y bucear en mis recuerdos. Luego lo distorsiono un poco y ya está. Siempre pienso que mis temas se agotarán rápido, pero siguen surgiendo entradas, entradas que busco con ahínco, convirtiendo cualquier nimiedad en fenómeno. Y sigo manteniendo un ritmo de seis siete entradas semanales que no sé hasta cuando, pero bueno.

Luego está el tema de la vanidad. Escribir es un placer en sí mismo y debería ser suficiente. Pero también es un placer tener lectores. Tengo pocos y fieles, que son los mejores (esto queda un poco cogido con pinzas, pero...bah, lo dejo). Hay que ver la ilusión que produce el ver que tienes un comentario. ¿Quiero más lectores? Bueno. ¿Cómo conseguirlos? Supongo que metiéndome en infinidad de blogs haciendo comentarios por todas partes y, aunque sólo fuese por curiosidad, alguno me devolvería la visita y, si se entretiene, se convertirá en asiduo.

El tercer aspecto es el mundo blog en sí. Esto es infinito. Yo sólo he vislumbrado el atisbo de la sombra del comienzo de la punta del iceberg y estoy alucinado. Aquí hay de todo. He descubierto unos blogs futboleros que son acojonantes, y aún no he arribado a blogs sobre atletismo, que de allí no saldré. Esto es para no hacer otra cosa que buscar y leer y leer y leer.

Y diréis, ¿a qué cojones nos viene este con toda esta milonga presuntuosa? ¿a dónde quiere llegar a parar? Pues que estoy agobiado. Todo esto me llega de sopetón y no lo asimilo. Y, bien pensado, sólo es un problema de tiempo. Hasta ahora el tiempo para el blog se lo quito al trabajo. No tengo el menor de los remordimientos. Soy bastante generoso con la empresa y mi trabajo no se ha resentido. Por ahora. En casa poco tiempo puedo rascar. Y, además, en noviembre viene Berta para quedarse, por lo que lo de leer, ya veremos. Y me veo preparando el Marathón de Madrid a las seis de la mañana.

Así que... ¿conclusiones? Ninguna. ¿Resoluciones? La ONU tiene unas cuantas. ¿Qué voy a hacer? Pues nada, día a día sacaré tiempo para el blog de donde sea y llegaré hasta donde llegue que con lo que tengo ya es para estar contento y menos darme importancia, que me pongo muy tonto. Como dice siempre Alejandro cada vez que bajo al taller a apretarle con la fabricación del material -tranquilo, ¿eh? Los nervios para follar. Pues eso.

7 comentarios:

SisterBoy dijo...

Tomo nota puesto que sigo dedicado a escribir el decalogo del bloguero.

Zar Polosco dijo...

Confío en que no sea demasiado técnico el decálogo y los profanos informáticos podamos seguirlo.

Tomoya I dijo...

Tu entrada merece un comentario currado pero mañana tengo que entregar un par de dibujos eróticos y sólo tengo tiempo para manifestar la ilusión que me hace ser autor de un regalo tan extraordinario. Me gusta el tema de tu vida cotidiana en la que no sé cuándo sacas tiempo para rascarte las ingles, otrora gesto tan celebrado por nosotros.
¿Berta? ¿Será un velado cripto-homenaje a mi persona? ¿A RoBERTA Flack? Me gusta, pero seguro que al final te echas atrás y se llama Ana.

Álex dijo...

Agobiarse por las cosas que se hacen por placer no tiene sentido.

Y el blog no se queja.

SisterBoy dijo...

Estimado zar despues de casi diez años en Internet me enteré hace unas semanas que había una opción para abrir una dirección en una ventana nueva. Eso te dará una idea de lo técnico que va a ser el decálogo :D

3'14 dijo...

Estoy con alex e. El blog te ha de servir para llenar espacios de ocio, no para reducirte tiempo en otras tareas de mayor importancia y/o urgencia.
Da igual que cuelgues una entrada al día que una a la semana... Los que te seguimos la pista lo seguiremos haciendo porque nos gusta encontrarnos con lo que tienes para compartir. La frecuencia es lo de menos. No te obsesiones.
Y no es tan grave... al menos no se llamará Bloggie, Berta es mucho más bonito :))

Zar Polosco dijo...

Se llamará Berta. Ana no es de las que ceden tan fácilmente.

Y supongo que las cosas siempre pueden ser más sencillas y somos nosotros los que las complicamos. Y es verdad. Intentar disciplinar la diversión es un rato estúpido.