07 agosto 2006

La alameda del militar eterno

Cada vez que llega esta época y comienzan los incendios y dicen aquello de "ante la alarmante situación ha sido necesaria la movilización del ejército" yo me descojono, y no por los incendios.

Hice la mili en el año noventa y tres, en Artillería, en Paterna. Era el Furriel de la batería. Entre otras cosas repartía los servicios a realizar: guardias, imaginarias, cocinas, escribientes, etc. Llegó agosto y se declaró un incendio en Benicarló. Y fuimos movilizados. Me toco designar a los componentes del retén y me apunté yo también. Siempre he sido así de tonto. Tocaron diana a la una de la mañana y, entre formar, novedades y demás, el convoy salió a las dos. No sé cual será la distancia exacta entre Paterna y Benicarlo, pero habrá sobre ciento veinticinco o ciento cincuenta kilómetros. Llegamos a las siete. Cada mil metros un camión se averiaba. Acojonante.

Una vez en Benicarló, nos dieron de desayunar y nos sentamos a esperar a los de Icona (entonces se llamaban así) que llegaron a las ocho. Repartieron picos, palas, azadones y rastrillos y nos encomendaron la misión de ir apagando rescoldos y haciendo pequeños cortafuegos. No era un bosque precisamente lo que estaba ardiendo, sino matorral. No hacía aire y sí mucho calor. Llegaron también los hidroaviones, que son los que realmente apagan los fuegos, comenzaron a tirar agua y allá que nos fuimos los componentes del ejercito movilizado.

Mandaba el retén un Capitán que rápidamente se pegó al jefe de los de Icona y le empezó a dar la brasa (nunca mejor dicho) sobre su amplia experiencia apagando fuegos y dirigiendo operativos de esta índole. El jefe de Icona lo miró con gravedad y le dijo -efectivamente, se ve que usted es un hombre experimentado en estas lides. El Capitán, con el ego ya satisfecho, pensó entonces qué cojones pinto yo aquí ya y se dedicó a racanear, a renegar y a escaquearse. Si el mando flaquea, la tropa para qué contar. Si entre los cien tíos que fuimos dimos quinientos golpes de apero al suelo, muchos son. Mientras los hidroaviones tirasen agua y no se levantase el aire, allí no había nada que temer.

Sobre las dos decidieron que ya habíamos terminado con nuestra misión de alto riesgo y elevado valor ecológico y solidario y nos dieron de comer. Los mandos se fueron a un restaurante y aparecieron a las cinco cantando con una cogorza encima que no podían ni andar. Partimos entonces hasta Paterna en un viaje de vuelta que apenas tuvo novedades. Sólo duró cuatro horas. No está mal.

Me ha molado esto de contar batallitas de la mili, hombre. Abriré esta "Alameda del militar eterno" con carácter cíclico para saciar vuestra curiosidad voraz sobre mi vida con traje mimetizado. No sólo os compensará sino que también os sentiréis recompensados hasta en la última gota de vuestra sangre.

2 comentarios:

SisterBoy dijo...

Hey podemos compartir anecdotas los pocos que la hemos hecho.

Tomoya I dijo...

Dios mío, la cosa se pone fea. Y tú, Sister, dándole alas.
Qué vejez me espera.