11 julio 2006

Grúñeme despacio. Ódiame al oído

Volví a arrastrar mis pies por un Zara y comencé de nuevo a reafirmar mis teorías sobre el derrumbe de las chicas Zara y la imparable pujanza de los chicos Zara (había uno que me tenía hipnotizado. No podía apartar mis ojos de él. Miedo tuve a que se acercase, bien a partirme la cara, bien a darme su número de teléfono) cuando allí la vi, tras el mostrador, con una cara que fue diseñada sin compás, a base de escuadra y cartabón. Qué líneas. Qué aristas. Qué vértices. Qué ángulos. Qué nariz, con doble pendiente. Y qué mirada más torva. Qué gesto más hosco. El amor. La nostalgia. Por un momento me retrotraje a los hermosos lejanos tiempos en que uno iba a Zara únicamente por el placer de enamorarse.

4 comentarios:

Tomoya I dijo...

Con tanta escuadra y cartabón a ver si era un tío y además con un turbio pasado como jefe de obra.

Zar Polosco dijo...

Pues ahora que lo dices...

Álex dijo...

Estuve hace dos días en Zara. Tardé como 10 minutos en comprobar que sigue sin gustarme nada de lo que tienen allí y que sigue agobiándome como el primer día.
Triste sino el mío, condenado por toda la eternidad a vestirme en tiendas de deportes -salvo los vaqueros, claro-.

Anónimo dijo...

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