La hora altisonante

Han abierto un centro comercial cerca de casa. Será por centros comerciales. Parece ser que la política urbanística en Valencia, donde aún hay tanto terreno, consiste en hacer un PAI, recalificar una zona, urbanizarla, edificar y, ya de paso, levantar otro centro comercial. Todo ello sin la menor especulación ni tráfico de influencias ni ilegalidad ni inmoralidad. Luego los pisos se venden a unos precios inverosímiles, increíbles e imposibles. Y se venden todos. Pero, bueno, ese no es el tema.

Lo dicho. Otro centro comercial en Valencia. Saldremos a dos centros por habitante. Este nos cae cerca. Podemos ir andando. Yo lo veo igual que todos. Son las mismas tiendas de siempre ordenadas de otra manera y con un par de fuentes. Pero no. Este centro tiene un defecto. Está demasiado cerca. Para que fuese perfecto tendría que estar a tomar por culo, porque a estos sitios hay que ir en coche, pillar atasco, tardar un huevo en aparcar y, luego, deambular rodeado de gañanes, macarras, tarados y demás fauna autóctona de estos antros. Y todo, al final, para no comprar nada. -Es que me agobia verte con esa cara. Si es mejor que venga yo sola. ¡Coño! ¡Pues ve!

Porque no se trata de comprar. Se trata de estar. Yo debo de ser muy raro. Si necesito algo, lo busco. Y si lo encuentro y me gusta, me lo pruebo y me lo llevo. Y, cuanto antes, mejor. No necesito ver toda la producción universal para tomar una decisión.

Y ya que estoy tan obvio y tan previsible, diré que, ahondando en la psique femenina, o al menos en la que me rodea (Ana, mi madre, mis hermanas y la parentela de Ana, amplia y variada) utilizan la estrategia de comprar cosas que no les gustan o que saben que no les va a quedar bien porque así tienen que volver a cambiarlo. Maquiavélico.

Como ya escribí hace tiempo, a veces parezco uno de esos gilipollas del Club de la Comedia deformando lo cotidiano para parecer graciosito. Me da igual. El día del Gran Calambre Final cogeré mi espada flamígera y me lo voy a pasar que te cagas, si no antes.