22 marzo 2006

Jara y sedal

Durante el periodo pre-Dulós y en el interregno salí bastante con Maroto. Y era un espectáculo. El tío empezaba tranquilo pero, de repente, se disparaba y atacaba a todo lo que se movía. Y les decía unas cosas infames. Yo pasaba una vergüenza atroz. Por favor, Maroto, contente. Y él: ¿Quieres que te lea la mano? ¿Has oído hablar de la chepa milagrosa? ¿Cómo que no sabes dónde está Los Calpes? ¿No sabes que soy el yerno perfecto? Y el caso es que le funcionaba. Raro era el día que no acabábamos hablando con algunas. Por supuesto que, siendo como era mi valedor ético, al primer microsegundo ya había quedado claro que yo tenía novia. Pero él las cogía y las sacaba a bailar y daba unos giros repentinos que producían vértigo y volvía todo risueño. Recuerdo a Pérez de Madrid, a las hermanas que estudiaban marketing, a la peluquera de Real de Montroy. Luego me dejaba en casa y ya no sé más. Supongo que se llevaría trabajo para casa, pero el siempre lo negó. Y no sería extraño. Ninguna dominaba el código sumerio.

Estas salidas contrastaban con las vueltas que dábamos el Gorras y yo. Nos plantábamos en un rincón con nuestra cervecilla y, con timidez, casi pidiendo perdón, tirábamos el anzuelo y, hala, a ver si pican. Jamás picaron. Aquello nos reconcomía. ¿Por qué Maroto sí y nosotros no? Entonces desarrollamos la Teoría del Sobaco. Su sudor desprendía unos feromonas de un potente atractivo que embriagaba a las dulces marujas. Nosotros, ni sudor, ni feromonas ni nada. Yo pienso que también influyó nuestra ausencia de culo. El caso es que guian de guian.

Aunque esto último tampoco es cierto. El Gorras, en La Marxa, tuvo a sus pies a un gachó hecho y derecho de pelo en pecho, de los de sudor, tabaco y brea. Y yo, en el viaje de fin de carrera, en Puerto Plata, justo cuando el Atleti perdía 3-2 en el Bernabéu después de adelantarnos dos veces con goles de Aguilera y Manolo y decíamos adiós a la liga del 92, en un mercadillo un negrazo de dos por dos por dos se me quedó mirando fijamente, se me acercó y me dijo -¿Qué pasa? ¿Es que no me quieres? En aquel momento os juro que vi pasar toda mi vida por delante.

2 comentarios:

Tomoya I dijo...

Seguro que era el sobaco. Parece de más garantías que una conversación quiromántica con el Diablo de Tasmania.

Qué bonito, sin embargo, por más improductivo que fuese, nuestro perfil de literato maldito, nuestro acomodo en la barra, nuestra sensualidad contenida, nuestra manera de despellejar la etiquetilla de la cerveza. El Taj-Mahal.

La elegancia tiene estas servidumbres. Más finos que una mierda. De ahí nuestra fama, no sé hasta qué punto improbable, en el barrio y que, según parece, incluso llegó a Puerto Plata.

Recuerdo que tú incluso me quitabas algún pelillo de la cazadora, como Niles a Frasier, los hermanos Crane.

Anónimo dijo...

Nostálgicos estamos, como debe ser. Y aunque Fernando Márquez no viva del Eterno Femenino, es bueno vivir en sus entornos.

El lunes pasado me subí a lo más alto de la araña de Benicassim, en pleno día, para complacer a mi hijita. Qué guapa estaba en vuestra urbe vestida de fallera -bueno, y de cualquier otra cosa.