Voy a sentir mucho cuando se carguen Mestalla. Por múltiples razones. Una de ellas es porque, con el derribo de Mestalla, desaparecerá la portería de la Sierpe.
La Sierpe y su querido padre Lluis Llach se sacaron dos pases para el Fondo Sur. Y allí que se iban los dos cada partido. No sé cuantos años disfrutaron de los pases, pero si hubo cien goles en Mestalla, en la portería del Fondo Sur no habría más de diez.
Lo peor de la Sierpe no era que tuviese que ver los goles de Alcañiz con prismáticos. Lo peor eran sus amigos cabrones que estaban pendientes y que luego se descojonaban. Y la Sierpe algún valor tendrá, pero sentido del humor, apenas.
Un domingo Lluis Llach tuvo algún compromiso y no pudo asistir. Seguramente alguna actuación para progres nostálgicos reclamando la resurrección de Franco para darle sentido a sus vidas (segur que tomba, tomba, tomba i ens podrem alliberar). El caso es que la Sierpe me llamó y allá que me fui con él. Era un apasionante Valencia Sabadell de Liga, con Perico Alonso en el final de su carrera y, como detalle emotivo, Manzanedo que volvía a Mestalla. Al cuarto de hora, Manzanedo se tragó un gol por debajo de las piernas y la Sierpe, en vez de celebrarlo, se agarró un cabreo de narices porque el gol había sido en su portería y yo estaba allí, riéndome. -¿Lo ves, Sierpe? Soy el talismán, el antídoto para el sortilegio. Invítame más.- Suerte tuvo que, al final, el Valencia ganó dos cero y el segundo gol fue en la otra portería. Pudo respirar tranquilo.
Cómo sufría la Sierpe. Ahora será del Barça. Pero seguro que sonrió entrañablemente y con afabilidad y algo se estremeció en su interior con las dos Ligas de Benítez. Siempre llevará en su corazón a esos chiquitos de provincias.
30 marzo 2006
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