24 febrero 2006

Pedantesco

No soporto a la gente que dice genial, finde, heavy, que cambia el chip y que puntea con su guitarra imaginaria una de las cinco canciones más infames y sobrevaloradas: los sultanes del swing.

Las otras cuatro podrían salir de la siguiente lista: Imagine, Yesterday, Let it be, The long and winding road, Hey Jude, Angie, Hotel California, Wish you were here, Knocking on heaven,s door, Every breath you take y la discografía completa de Bruce Springsteen.

La existencia de seres tales como Nuria Roca, Ana García Siñeriz, la Pantoja, Victor Manuel o Ana Belén legitima la pena de muerte.

Quien tenga intención de leerse Como agua para chocolate, La casa de los espíritus o Moby Dick que hable primero conmigo.

La existencia de seres tales como Fernando Hierro, Luis Figo, Martina Hingins, Richard Virenque o Santiago Cañizares eleva la pena de muerte a la categoría de necesaria.

Voy a sucumbir a las modas. He decidido hacerme un tatuaje. Voy a tatuarme en el páncreas el Libro del Deuteronomio. Cuando esté aburrido, me abriré en canal y así me entretendré un rato leyendo.

Quien tenga intención de ver La tormenta de hielo o American Beuty que hable primero conmigo.

Dicen que hay un vídeo de Madonna en el cual ella no sale durante tres segundos, pero nadie ha podido confirmarlo.

Los vídeos de Bananarama siguen siendo insuperados e insuperables.

Dicen que hay un disco de versos de Alberti recitados por Nuria Espert. Nadie sabe con certeza cuanto dura la grabación pues jamás nadie consiguió llegar hasta el final.

Las palabras más hermosas empiezan todas por des. Desencanto, desasosiego, despecho, desengaño, desazón, desesperanza.

Las letras más hermosas son las despechadas, al estilo quien te ha visto y quien te ve. Esta noche me emborracho y Margot son dos grandes ejemplos.

Dicen que la frase más triste que existe es pudo ser. Machín o, mejor dicho, Consuelo Velázquez hablaban de lo que pudo haber sido y no fue. Es lo mismo.

Todas las mañanas, antes de salir de casa para ir a trabajar, tarareo en un murmullo el himno milenario japonés y beso con unción su bandera. A partir de entonces puedo afrontar con gallardía el bebedero de patos en que consiste mi vida laboral. Y me temo que la de muchos.

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