A las fiestas de septiembre en Villaescusa de Haro siempre viene un destacamento del Regimiento Saboya. Hace ya más de treinta años, estando de maniobras por allí, cayó un crío a un pozo y los militares lo rescataron. En agradecimiento les invitaron a fiestas y se instauró una bonita tradición que se cumple año tras año y que ha dado pie a un hermanamiento entre pueblo y regimiento, a unos cuantos matrimonios y a innumerables revolcones entre lugareñas y chavales de uniforme.
Los militares participan bastante en las fiestas. Son recibidos y despedidos con honores, juegan partidos de fútbol sala contra los villaescuseros, acompañan en las procesiones, se tragan un par de misas y se apuntan también al baile.
Al final de las procesiones lo que hacen siempre es, para rematar, un pequeño desfile. Apenas cien metros. Con su banda de música, marciales, aro os, vista a la izquierda, ein.
El viernes pasado los estuve viendo y se me iban los pies.
Ya hace catorce años que hice la mili y me sigo acordando. La verdad es que lo pasé como los indios. No voy a discutir sobre la mili. En términos absolutos puede que fuese una pérdida de tiempo. En términos relativos, ya me gustaría perder así siempre el tiempo pues me divertí un montón. Pero lo mejor fue el primer mes y medio con la instrucción. Me moría de risa, con el Sargento Zapata y el Teniente Arribas. No voy a contar batallas. Cómo no disfrutaría que, después de la jura de bandera, ya como furriel de la batería, cuando hube de nombrar batería de honores para la jura del siguiente reemplazo, me puse a mí mismo para tener oportunidad de volver a hacer instrucción y de volver a desfilar.
Comentando esto con Gandul Sagaz, otro que hizo la mili y que se lo pasó en grande, llegamos a la conclusión de que debíamos abrir una academia donde se repasaría la instrucción y donde, en un patio cerrado, organizaríamos desfiles para que matásemos el gusanillo todos los nostálgicos. Sería una academia orientada a gente adulta, claro (pocos habrá menores de treinta y cinco que hayan hecho la mili) aunque igual podríamos crear un segmento, con una buena campaña, en todos aquellos que ni lo vivieron ni lo vivirán y sientan curiosidad. No sé. Tendremos de madurarlo. Cuando hayamos terminado de cargarnos la empresa donde ahora se supone que trabajamos (estamos en ello)…tal vez. Por qué no.
20 septiembre 2007
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9 comentarios:
Yo la mili me la tome como unas vacaciones.
Correr,oir tus batallas de la mili, montar una academia para desfilar, que vejez más mala.
Lo digo por mi,claro.A no ser que en esa academia vayan mulatos como el de este año,que bonita combinación mulatos y uniformes.
Acabo de ver la foto en el blog de Zepporro Máximo, que miedo.
Cómo sois los militronchos. Voy de inmediato a ver esa foto que hace tiempo que no paso por ahí.
he oido mulatos?? donde??
pero a mi sin uniforme por favoooor
Joer... para mí las vacaciones es levantarse a la hora que me de la gana, no hacer otra cosa que lo que me haya propuesto y por descontado, no recibir órdenes de nadie, pero vamos,Sisterboy, si algo parecido a hacer la mili es para ti estar de vacaciones te invito a pasar las próximas conmigo, me pido el rol de sargento chusquero y a ti te cedo el de soldado raso.
A mí los uniformes militares como que no, pero donde se ponga un buen bombero...
jope! Zar, a mi que "la música militar nunca me supo levantar", y que no he hecho la mili (de las mejores noticias de mi vida), me sorprende la añoranza. Si te lo pasastes bien me alegro, pero vi a tantos colegas sufrir la puta mili, que desde luego conmigo no cuentes en la "LOCA ACADEMIA DE MILITARES 12ª PARTE"
No hablo de vacaciones del cuerpo sino de la mente. Yo acababa de salir de la Universidad y me vino bien estar nueve meses sin pensar en nada :)
Mi marido se libró de la mili, y yo de oir sus historias, paciencia Ana, paciencia!
Cucumber, y si hacemos la instrucción con música de Brassens, ¿te apuntas?
Lo de sargento chusquero y soldado raso me ha sonado muy perverso. Prefiero mirar a otra parte.
Y las historias de la mili son muy bonitas y entrañables. Tienen mala fama, pero cuando uno tiene que pasar una temporada en un mundo irreal y un tanto absurdo (o muy absurdo), pues sale desbaratado.
Y el mulato no era para tanto. La verdad es que no lo vi, pero he oído hablar tanto de él a Ana y a sus primas con un reguerillo de babas en sus comisuras que seguro que no era para tanto. Lo gracioso fue cuando, con una boca minúscula, hicieron referencia a esa refulgente alianza matrimonial que brillaba en el dedo anular de su mano derecha.
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