Sí es bueno que el hombre esté solo

Leí una vez que hubo una ola de frío tremenda en la zona de los Grandes Lagos de tal forma que las cataratas del Niágara se congelaron. El que relataba aquello catalogó la sensación que producía el no escuchar el ruido del agua al caer como de silencio estruendoso. Un silencio estruendoso es lo que escucho yo ahora cada día al abrir la puerta de mi casa y no escuchar a nadie. No sé todavía si me quedan tres o cuatro semanas para irme de vacaciones, pero la vida del Rodríguez no es de color de rosa. O tal vez sí. Ana se piensa que me he venido a Valencia con el carnet de crápula entre los dientes. Hay cosas más divertidas que enseñar el carnet de crápula. Me falta tiempo: un día a nadar, otro de palas con el Gorras y, el resto, a correr. Dada mi gran vocación culinaria y mi gran habilidad en los fogones colaboraré en el sostenimiento de la industria de la comida precocinada. Quinientas páginas me quedan de “Las uvas de la ira” para llenar el silencio. No pienso encender la televisión. Quizá sí el ordenador si voy con retraso blogosférido. A lo sumo saldré un día a la semana. Daré con el Gorras una vuelta lounge pero únicamente para seguir con nuestros trabajos de campo sobre el comomolismo. Tres o cuatro semanas. Se me van a pasar volando.