Y tanto extraño

Retomamos la errática y deslavazada sección sobre letras de canciones donde nunca sé donde quiero llegar exactamente. Hoy: canciones para la madre de todas las cogorzas. Pa` todo el año. José Alfredo Jiménez.


Por tu amor que tanto quiero
y tanto extraño,
que me sirvan otra copa y muchas más.
Que me sirvan de una vez pa' todo el año
que me pienso seriamente emborrachar.

Si te cuentan que me vieron muy borracho
orgullosamente diles que es por ti,
porque yo tendré el valor de no negarlo,
gritaré que por tu amor me estoy matando
y sabrán que por tus besos me perdí.

Para de hoy en adelante
ya el amor no me interesa.
Cantaré por todo el mundo
mi dolor y mi tristeza.

Porque sé que de este golpe
ya no voy a levantarme.
Y aunque yo no lo quisiera
voy a morirme de amor.


La primera fase o el primer estadio de la melopea es el de la exaltación de la amistad, estadio bonito y entrañable donde los haya. Cuando ya has dado un promedio de ocho abrazos y trescientos besos y le has dicho emocionado al oído cuanto los quieres a todos los que te rodean pasamos a la segunda estación, la de los cánticos regionales.

A mí los cánticos regionales me gustan. Si hay que cantar Asturias, patria querida; Las vacas del pueblo ya se han escapao, riau, riau; El Ebro nace en Fontibre y se hace macho en Aragón; Esta noche no alumbra la farola del mar, La Virgen de Valvanera o el Semos, semos de Cuenca ay, ay, ay, ay se canta y tan rebién. Pero no. Yo, cuando llego a la segunda fase, me apetece más cantar otras cosas. Tengo definido el eje del bien que va de Méjico a Argentina pasando por Brasil y por Cuba y me decanto más por la música del eje. Y me da por cantar tangos, boleros o bossa novas en mi perfecto portugués. Y rancheras y/o corridos (no sé cual es la diferencia entre ambas). Todo depende del estado de ánimo. Pero los dramones mejicanos me arrebatan sobremanera.

José Alfredo es el rey, no porque escribiera “El rey” (aunque también), no porque se bebiese varios años de producción de tequila junto a Chavela y a Agustín Lara. Es el rey por lo que le gustó sufrir, por lo bien que lo contaba y por lo bien que comparte y contagia su sufrimiento.

Igual es cierta tara o desviación, pero yo, en el segundo estadio, necesito sufrir. Tengo que sufrir. Y no sólo cantando el himno el Atleti (cuando llega la parte que afirma “donde luchan como hermanos defendiendo sus colores un equipo noble y sano derrochando coraje y corazón” no sé si reírme o quemar el Calderón). Tengo que sufrir mal de amores, con desesperación, con rotundidad, con agonía. Sentir un dolor lacerante, ruin, arrollador, desbordante. Sufrir de verdad. Desangrarme. Morirme.

Y cuando llego a “porque sé que de este golpe ya no voy a levantarme. Y aunque yo no lo quisiera voy a morirme de amor” es la plenitud. Y empiezo a pensar en el tercer estadio. O, quizá, ha llegado ya el momento de irse a casa.