Escenas no olvidadas

Qué bonito mundo el de las hecatombes colchoneras. Y qué hermosos recuerdos que me hacen revivir.

Año noventa y tres. Mes de febrero (y no noviembre como puse en el blog futbolero de Sisterboy). Teníamos eliminatoria de Copa contra el Barça. Era aquella una época en la que todo el mundo nos odiaba y no porque nos temiesen, con un Gil desatado, con cinco o seis entrenadores por temporada, con el equipo yendo a peor. Un desastre. Teníamos entonces a Omar Pastoriza en el banquillo. Partido de ida en el Calderón. Cero cinco. El Frente Atlético se pasó todo el segundo tiempo cantando: –este partido lo vamos a ganar.

Antes de la vuelta jugamos partido de Liga en el cada vez menos Nou Camp. Uno a uno. Pocas veces recuerdo haber pasado tanta vergüenza. La cantidad de patadas que daríamos aquel día. A Laudrup aún le deben de doler todos los viajes que le metió Pachi Ferreira. Empatamos con gol del mejicano Luis García de penalti. El Barça, desquiciado, se quedó con nueve, y aún así nos tenían encerrados. Nosotros pidiendo la hora. Muy mal. Muy mal.

El miércoles siguiente era el partido de vuelta. Aquel mismo miércoles era llamado a filas. Vamos, que me fui a la mili. A Paterna. Esa tarde nos estabularon y allí estaba yo, con mis veintisiete años, completamente alucinado por la fauna que me rodeaba, todos bakalaeros pastilleros. Luego los tomé mucho cariño, pero aquel día no sabía si reírme o llorar. Y, por supuesto, ni acordarme del partido.

Al día siguiente nos dieron la ropa y tuvimos que pasar por ese bonito ritual militar que no es otro que el corte de pelo. Cuando llegó mi turno, me senté en la silla y empezaron a meterme la máquina. Entonces mantuvieron la siguiente conversación los dos soldados peluqueros:

Qué fuerte ayer lo del Barça, nano.

Che, nano, ¿qué pasó?

Seis cero, nano. Qué pasada.

¿Seis cero? Che, nano, cómo se han rayado.

Si, nano. Seis. Qué rayada, nano. Muy fuerte, nano.

Che, tío, nano. Te estás quedando conmigo, nano. Es imposible, nano. Es muy fuerte, nano. Seis cero, nano.

Que sí, nano, como te lo digo. Que les metieron seis, seis chicharritos, nano.

Joder, qué fuerte, nano. Es una rayada, nano. Cómo se han rayado.


Y yo allí, sentado, viendo caer mis mechones de pelo, viendo mi cabecita ridícula rapada al dos, pensando que el Barça nos había eliminado por once a cero, que me quedaban todavía nueve meses de mili, que iba a oír la palabra nano cien millones de veces. Y entonces, como no podía ser de otra manera, comencé a descojonarme. Qué remedio.