Nunca muere

Bueno, de nuevo al redil. Cuatro días mal contados pues han sido cinco siguiendo la dieta del potaje, de las torrijas, del resoli, del tradicional revuelto de ajetes tiernos en el campo el sábado de Gloria (Gaynor), de las cañas. Cinco días de lluvia y viento, con setenta kilómetros más para mis piernas y padeciendo con Oliver Twist, que hay que ver cuantas calamidades le pasan al chico, y qué largo se me está haciendo el libro, aunque ya, por fin, lo tengo enfilado. Cinco días de críos también, entre hijos y sobrinos. Cinco días huyendo de las procesiones, que cada vez me gustan menos. Siempre quedamos los amigos en la plaza, vemos pasar la procesión y, después, nos vamos de vía crucis, es decir, de cañas por todos los bares del pueblo. Este año los buscaba por los bares. Habrá quien le vea trasfondo religioso a las procesiones. Yo sólo veo exhibicionismo (que un tío que tiene un blog critique el exhibicionismo ajeno puede resultar chocante paro, como diría Ana cada vez que le restriego una de sus contradicciones, no es lo mismo). Fervor, poco; ego, un rato, especialmente el Viernes Santo, con los penitentes. Me dan ganas de cogerlos y decirles:- el dos de febrero, a las tres de la mañana, te coges la cruz y las cadenas y te haces el recorrido de la procesión. La penitencia te aseguro que es la misma. El problema es que no te va a ver nadie, pero eso a ti no te importa, ¿verdad?

De nuevo en Valencia. El día es un tanto plúmbeo y parece ser que va a seguir lloviendo. En abril, ya se sabe. Tengo cuatro obras para estudiar y ni pizca de ganas. Pero ni pizca. Qué mal me sientan las vacaciones.