Impertinencias

A través de la Torrija me he enterado que una de las grandes aportaciones de la inmigración al lenguaje es que, en farmacias y parafarmacias, ya siempre se pide pasta dentífrica y locutorios. Tal y como leí el correo me quedé perplejo. Después de rebanarme los sesos durante un rato y tras volver a leer el correo con la rabadilla del ojo me planteé la posibilidad de escribir a las autoridades competentes exhortándoles para la creación de un código odontológico que regule el uso del lenguaje. Fueron rápidos en su respuesta, calificando mi comentario de pertinaz, diciendo que no hay más leña que la que arde y preguntando si mi intención no era otra que hacerles cabalgar con ruedas de molino. Me personé raudo en sus oficinas con mi coche de asientos rebatibles, presentándome al funcionario de turno muy enfadado, fuera de sitio. Este empezó a tomar nota de mis quejas rogándome que hablase más despacio, que él no podía escribir tan deprisa, que no era tacógrafo. Una vez terminé me manifestó que me tranquilizase, que él personalmente entregaría mi escrito a quien maneja el catarro y que tuviese esperanza, que algún día, por horror u omisión, todo se arreglará.

Espero que no.