Claudio Barragán

Maroto empezó a salir con Gaynor y su risa cascabelera. Nos la presentó en la inauguración de una exposición del Gorras en Puzol. Nos cayó bien. Nos cayó muy bien. Aparte de ser muy maja, tendiendo físicamente hacia al loro primigenio, uno de nuestros iconos, se reía bastante con nuestras tonterías, y eso es muy de alabar y de agradecer. Como Maroto vio que nos caía bien y nos llevábamos fenomenal con ella la dejó. Igual no fue por esa razón pero seguro que fue por esa razón. Maroto siempre ha tenido sus cosas y ha sido bastante raro. Nosotros decidimos no resignarnos y comenzamos una fuerte campaña de mensajes subliminales. Nos acercábamos por detrás y le decíamos al oído muy suavemente: Gaynor. Tosíamos diciendo Gaynor. Decíamos Gaynor sin abrir la boca. No surtió efecto. Maroto comenzó una espiral descendente que le llevó a tocar fondo en Vistabella del Maestrazgo una noche en que el Superdépor de Arsenio Iglesias perdió dos cero en el Bernabéu. Maroto a la hora de cenar ya se había bebido todo el vino y nos dio la cena y los postres. Nosotros nos mirábamos y decíamos con pesar –cuánto daño se ha hecho a sí mismo. No volvió con Gaynor. No volvimos a verla. Maroto nunca nos hizo caso. Nunca. Qué mal que he educado siempre a mis amigos.