26 julio 2006

La mano fofa

El tenis playa, deporte de domingueros barrigudos y niñitas torpes, dio su salto de calidad cuando el Gorras y el Zepporro, como dos británicos cualesquiera, decidieron fijar sus reglas y establecer un sistema que diera paso a un orden competitivo aún por explotar, pero que ya llegará, ya.

Este deporte aprovecha las redes de volley instaladas en la playa aunque puede ser practicado en cualquier instalación artificial. Las dimensiones de cada campo son de siete y medio por siete y medio (todas las cotas en metros) siendo importante la comprobación de la hipotenusa (diez sesenta y uno) para evitar los descuadres. Cada vértice estará señalado por un canuto de cartón que haya tenido un uso previo como envío postal y las lindes se definirán con una cinta de las que utilizan las constructoras para delimitar las zonas de obra. La cinta, a ser posible, llevará el emblema de Dragados previo a su adquisición por Florentino.

Una vez marcado el campo, definiremos los aperos del juego. Estos serán una pelota de tenis y dos palas de playa como homenaje a su origen dominguero. Las palas no deberán llevar agujeros. No sirven las raquetas de paddle. El viento es una componente más del juego y no hay porqué minimizar sus efectos.

Las reglas del juego son similares a las del tenis, sólo que en el tenis playa no puede botar la pelota y en los saques no hay opción a un segundo servicio. Lo demás, prácticamente idéntico. Sólo se considera la opción de partidas individuales, estando en desarrollo la variante de partidas de dobles. Sólo nos falta alguien que quiera jugar con nosotros.

Con respecto al tanteo, la norma es más elástica. Se puede realizar como en el tenis, al mejor de tres o cinco sets con tie break, o como en el ping-pong, hasta once o veintiún tantos. Lo reglamentario es tantear como en el tenis, pero, dependiendo de la fatiga o de la luz solar, se flexibiliza la norma.

Y, sin duda, lo mejor de este juego, salvo contadas y rarísimas excepciones debidas a que los jabalíes habían comido demasiadas porquerías o a la carencia de luz, es que el Zepporro siempre gana. Siempre. Lo siento, Gorras, pero la vida es así. No la he inventado yo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Llega una nueva era. Os vapulearé.

Tomoya I dijo...

La vida no es exactamente así, queridísimo Zar. A las contadas y rarísimas excepciones en que el Gorras gana, hay que sumar otras, no tan contadas, en que el Gorras empata. Tu visión de la realidad no es más que otro solipsismo a los que recientemente eres tan aficionado.

Pero me ha gustado mucho el título. Ya sé que es política de la casa que el título no aparezca en el texto. Es más molón y se presta a conjeturas. Pero el lance del juego denominado por nosotros "la mano fofa" y del que, sin duda, eres el máximo representante, merecería toda una entrada. También sería reseñable "el energúmeno lanzamiento de pala" cuando te machaco el revés en tres o cuatro saques seguidos.

Y dos notas para el recuerdo. El saque de Marotto con saltito previo y pelota a tomar por culo (y todos sus comentarios durante el partido, muy parecidos a los que hace jugando al futbolín) y el inolvidable día en que, durante el baño post-partido, un anzuelo perteneciente a una caña de pescar distante clavóse en mi musculado gemelo.

Un abrazo Zar, inventando deportes somos grandes. El "piedra-ball" sólo fue el principio.

Zar Polosco dijo...

Como gran recuerdo también podríamos narrar como, en la orilla tras nuestro baño postpartido aquellos dos ligones playeros trataban de llevarse al huerto a aquellas dos francesitas que, apenas unos minutos antes, se estaban pegando el gran lote ante nuestros atónitos y regocijados ojos liberales.

O la cuadrilla aquella que hacía yoga o tai-chi y se desconcentraban cada vez que yo lanzaba un mecagüen o la pala al aire tras uno de mis extraños errores no forzados.

Ya serán menos las veces que has empatado. Si sumáramos los puntos y la plasticidad y elegancia de los mismos mi victoria sería rotunda.