Tienen mucho encanto estos días lluviosos, plomizos, con viento. Días de atascos, de poco teléfono, de mirada perdida.
Son las nueve y diez. Estoy esperando a un Jefe de Obra y a una Arquitecta para aclarar dudas y arrancar de una vez. Estoy en la cafetería de una universidad privada en el Parque Tecnológico. Lluvia y escotes ombligueros. Chiquitas que entran con el pelo mojado. Después de la dupla niñitas y pasodobles, el dueto estudiantes y lluvia también merece un pedestal.
Un viento de color pesebre ondula la pereza de una palmera que con sus ramas explora la dulce paciencia de lo que sabe futil y vacuo.
Adoro a las chiquitas de mi universo. Sabed que la lluvia hoy también cae por vosotras.
En momentos así sólo me apetece cantar.
No quiero ni volver a oír tu nombre. No quiero ni saber a donde vas. Así me lo dijiste aquella noche. Aquella negra noche de mi mal.
Hay un suave murmullo en el silencio de una noche azul.
Ya los claros fulgores de luna matizando estaban tu pálida faz. Y a mi lado sentí que la luna murmurando estaba un reproche tenaz.
Para qué sirve ser bueno si se ríen en tu cara. Que me lleve la corriente. Atrás, no regresaré.
03 mayo 2006
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