06 abril 2006

Los tres besugos

Me quedé el otro día cabizbajo y meditabundo con lo de que a los cuentos de niños se les cambia el final. Aparte de recordar a La Mode y pensar lo injusta que ha sido la memoria colectiva con aquel grupo (la gente piensa que Mario Gil es el calvo que salía en el Informal cuando Mario es el maravilloso, inefable y superlativo teclista de La Mode. Cuanta ignominia) y agradecer en mi fuero interno las ya añejas pero no anticuadas grabaciones de la Torrija, me quedé saboreando lo que de triste y resignado tiene esa frase dentro del contexto de la canción (se aplazó el sueño eterno, es mejor no reír). Pero, y perdón por el palabro, descontextualizando, pues menos mal que se les cambia el final a los cuentos. En las historias que le narro a mi hijo no quiero ni contaros las barrabasadas que le ha hecho Brutus a Popeye, que no son nada comparado con lo que les ha hecho Silvestre a Piolín y a Speedy Gonzalez. Hansel y Gretel son luchadores de sumo. Blancanieves se casó con el Príncipe pero, por un milagro de la genética, todos sus hijos son enanos. La Madrastra de Cenicienta se casó con el padre del Príncipe, también conocido como Rey, y es peor como suegra que como madrastra. El Soldadito de Plomo abandonó a la Bailarina dejándola embarazada de seis meses y se lio con el Pez, estableciendo una bonita relación plúmbeo zoófila de difícil clasificación. La Bailarina se retiró y ahora está de mercenaria en el Salvador. El Emperador sigue en pelotas. Y el Lobo siempre gana. Siempre. De los Siete Cabritillos sólo queda uno y por poco tiempo. De los Tres Cerditos no se han hallado ni los aires. Y a Caperucita, a la Abuela y al Cazador los tiene como esclavos sexuales con los que organiza bonitas representaciones de todo tipo. ¿Habéis pensado el juego que da una adolescente, una anciana, un tío y un lobo?

Y Heidi, Pedro y Clara, pues ahí están. Como siempre. A lo suyo.

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