Hay dos tipos de goles que siempre se califican como golazos y a mí me parecen que no son para tanto. A saber:
Los goles que se marcan desde el medio del campo, más o menos. O desde el quinto pino. No dejan de ser unos goles a puerta vacía. El portero está adelantado, el jugador lo observa, trallazo que te crio y gol. Si el portero hubiese estado en su sitio y el balón entrase a doscientos por hora y el portero no llegase pues entendería a la caterva entrando en combustión ante la contemplación del fenómeno. Pero licuarse ante un gol a puerta vacía, pues no lo entiendo.
Los goles a balón parado de golpe franco o de libre directo. Tienes un minuto para colocar el balón y pensar por donde vas a tirar la falta. Tienes una barrera y un portero delante que los ves de frente, no con el rabillo del ojo. No te echan el aliento. No te muerden la oreja. Tomas carrerilla, el árbitro pita y tiras. Y, si no eres muy malo, el balón va donde tú quieres que vaya.
El problema es que las faltas las tiren mendrugos como Roberto Carlos o Fernando Hierro, animales que iban o van a reventar la barrera o a erosionar los fondos de los campos pero, como son del Mandril y una vez, inexplicablemente, metieron un gol, pues, hala, a comulgar con su talento, su capacidad de liderazgo y su carisma. Cada vez que hay falta al borde del área a favor del Madrid y Roberto Carlos coge el balón, tranquilos, salvo que tengáis un pariente, allegado o amigo dentro del estadio. Por lo demás...
Qué ganas tengo que sea Fernando Hierro el abanderado de la regeneración del Madrid.
23 abril 2006
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